XVIII - Luna

"Y la Luna intentó volverse tan negra como el manto de la Noche..."


    “Ah, no jures por la luna, esa inconstante que cada mes cambia en su esfera, no sea que tu amor resulte tan variable”, pidió una vez la muy enamorada Julieta. ¿Podrían ustedes imaginar una época lejana en que aquella esfera de plata fuera leal y sin cambios en su delicada faz? Porque sí lo fue, en tiempos en que sólo los divinos reinaban, y, como Julieta, ella dio todo por su amado: el mismísimo príncipe de la noche.

    En el principio de los tiempos, cuando sólo el caos existía en el mundo, el día y la noche vivían encerrados en una alta torre en cuartos completamente diferentes, dentro de los cuales dormían apaciblemente, tomando turnos para salir a recorrer sus terrenos, puesto que no podían estar juntos. Los dominios del príncipe del Día menguaban a los del príncipe de la Noche y viceversa.

    Sin embargo, un día al cabo de muchos años, el príncipe de la noche despertó sintiéndose inquieto: una luz brillaba en su ventana. El joven jamás había contemplado resplandor semejante, puesto que no había visto en todo aquel tiempo el rostro de su hermano. Preso de la curiosidad, se asomó a su ventana, y entonces fue cuando la primera noche invadió los cielos, cerniéndose sobre todo el mundo. En aquel lugar, al pie de su torre, descubrió a quien irradiaba aquella luz tan majestuosa: una bella joven de plateados cabellos, quien era la encarnación misma de la luna. Y le pareció la criatura más fascinante que hasta entonces hubiese contemplado: su faz tan pálida como las nubes que surcaban su dominio, al igual que su cabello; ropajes tornasoles que le recordaban al reflejo de su rostro sobre las aguas del mar, pero que, a su vez, poseían un resplandor casi sobrenatural para él.

    Entonces ella se percató de su mirada y le correspondió. ¡Por las luces nocturnas de su manto, qué bellos son!, se dijo la Noche, recordando a su hermano en aquellas orbes de suave color miel. Había algo en ella que le llamaba a admirarla, tanto que apenas se percataba que el brillo de la Luna parecía menguar los dominios del príncipe, como si quisieran abrirle paso a tal beldad.

    -¿Por qué os ocultáis, Príncipe de la Noche? -inquirió la Luna- He notado vuestra mirada sobre mí y me pregunto por qué no habéis bajado aún de la torre si tanto queréis contemplarme.

    La Noche permaneció curioso y atónito ante tan suave y melodiosa voz, al mismo tiempo tan queda, que le invitaba a acercarse. Pero, ¡oh crueldad! Se hallaba en la más alta torre de su castillo y temía despertar a su hermano, ¿qué debía hacer?

    -No temáis, príncipe -habló la Luna con voz arrulladora- Bajad, bajad a mí y nada temáis.

    No. No temía del todo, pues barreras para él no existían. ¿Qué barreras podían representar un montón de piedras? ¿Cuáles el capricho de su hermano? Su sueño le amparaba y sus horas de dominio aún no terminaban. Al fin había hallado la razón hasta liberarse de su embelesamiento y su duda, ¡era libre!

    -Criatura, os ansío, vuestra voz y todo lo que en vuestra figura veo -declaró el príncipe- Empero lamento deciros esto: He de regresar en cuanto mi hermano despierte, no sea que vuestro anhelo sea un castigo en sus manos, puesto que él no necesita esfuerzo alguno para consumir esta, mi carne.

    -Me halagan vuestras palabras -suspiró coqueta- Ansío el momento de vuestro descenso. Una vez más, no temáis, que este secreto sea sólo de dos.

    La Noche no dudó ni un segundo más y descendió con su capa de brillantes luminosos, envuelto por las sombras de su mismísimo reino. La Luna resplandecía como contraste, pareciendo darle otro significado a la obscuridad a su alrededor.

    Aquel instante interminable fue único para ambos y lo único que existía. Era extraño para ellos el amor a primera vista, pero el príncipe se dio cuenta que la manera en que la luz proveniente de la Luna no devoraba su esencia de la manera en que su hermano lo hacía, así como la joven se percató que las sombras no menguaban su brillo como los dominios luminosos del Día.

    Pero los buenos e interminables momentos jamás son eternos. En ese instante el Día descolgaba su capa de fuego y se la ceñía a los hombros, listo para dar un paseo por su reino. Fue entonces cuando se percataron que no debían ser descubiertos, por el bien de ambos. Un susurro, un fugaz beso, una promesa, una despedida y ambos fueron devorados por las cómplices sombras.

    Encuentros furtivos como ese fueron miles, siempre en el mismo instante, siempre la misma señal: un brillante de la capa de la Noche, siempre una amarga pero esperanzada despedida, cada una augurando una siguiente visita.

    El amor crecía, no se podía negar, entre un sinfín de palabras, paseos, caricias y besos. Los ojos de la Noche devoraban los de la Luna, hundiéndose en ellos. Entonces no eran dos criaturas diferentes la una de la otra: eran solamente una.

    Pero su amor desmedido sería su ruina.

    En medio de una de sus reuniones, la Noche y la Luna jamás se percataron que el Día había decidido adelantar su despertar. Su ira al hallarlos no tuvo límites y encadenó al Príncipe en su habitación de la torre. Fue cuando la Luna, deshecha de dolor, se vio obligada a huir de la furia del Día. Con el corazón hecho pedazos, su brillo se fue apagando. Ansiaba ver a su príncipe amado, pero en cuanto se le acercaba, el Día amenazaba con apagarla para siempre.

    En un intento desesperado, la Luna intentó volverse tan negra como el manto de la Noche, pero la debilidad que le causaba su dolor sólo le permitía hacerlo una vez, momento que aprovechaba para entrar en la torre y susurrar unas cuantas palabras de amor y aliento, debiendo huir en cuanto su disfraz se desvanecía.

    Por su parte, la Noche sufría de ver a su amor tan llena de soledad, que en un acto de cariño arrojó su manto al cielo y sus brillantes se volvieron sus acompañantes, las Estrellas, que son visibles en cuanto su antiguo dueño aparece, apresurándose para recibirle.

    Y así es como la Luna, una y otra vez, consumida por su tristeza, se esfuerza en ocultarse para visitar a su amor, la Noche, teniendo que separarse en una amarga despedida, pero que, como en sus reuniones de antaño, siempre llega con la esperanza de un nuevo encuentro que, por más fugaz que sea, les da la fuerza para soñar con el día en que podrán volver a estar juntos.

5 comentarios:

Francis dijo...

Como ya lo dije, esta muy bien elaborada este narrativo, desde la estructura hasta la misma temática, realmente lo sentí como si fuera una de esas leyendas antiguas, que te atrapa y te deja pensando o divagando en la historia. Por otro lado, me encantó y me recalco en que eres buena escritora, tienes pluma para eso! felicidades! n n

Mizuhi dijo...

Wah, me gusta mucho ese estilo de lenguaje (aunque se me hace dificil leerlo) ^^ Tambien me gusta la idea en si - tiene aire a oldschool x3 Sobretodo la 'explicación' acerca lo de luna nueva *w* sugeee~
Animo Nyaan~ <3

Anónimo dijo...

Me gustó, una historia linda, dulce, romántica y con un toque de destino trágico al estilo de los antiguos griegos. Relato redondo y sin mayores pretensiones, y por lo mismo cumple con su cometido.

Sigue así!

Unknown dijo...

Jeje, me ha encantado. Casi me pareció un cuento como de antaño, con un estilo casi como de la españa de Servantes. No te reconocí o_o deberías hacer cuentos para niños, y volverte millonaria.

Sunny. dijo...

Amo tu estilo, en verdad. Transmite toda la magia de los cuentos, de los mitos, no sé... es hermoso, al menos a mí me deja con una sensación muy bella. Por lo demás, la historia es enternecedora, saca a relucir toda tu habilidad para crear relatos de este tipo ♥, llegué a sentir pena por la Luna y su amado que no pueden estar juntos </3.

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